He intentado forzarme a no escribir nada sobre la película y seguir con mis lecturas navideñas, pero no he podido resistirme. Además, me ha parecido una buena excusa para reactivar el blog. Así que intentaré ser breve.
Voy a empezar por señalar lo peor de la película, lo que menos me ha gustado. Sin duda, como me dijo ayer mi amigo Berna León, el trasfondo cientificista, el «haced caso a los 100tifikos, paletos» -en palabras de Berna. Aunque también hay que reconocer que tiene su núcleo de verdad, mientras que el colapso está cada vez más cerca y debería de haber una ansiedad social evidente por el fin del mundo, la preocupación principal es encontrar las vías necesarias para que el capital no interrumpa sus ciclos de acumulación. Eso por un lado. Por el otro, el mensaje antipolítico, el «todos son unos estúpidos que miran por sus propios intereses». No solo es que me resista a pensar que todos son iguales, es que si aún nos queda alguna esperanza, está, sin duda, en la lucha política. Por último, y esto podría ser menor en función de cómo se interprete, pero creo que no era necesario poner a una mujer rubia y atractiva como presidenta de los EEUU para cumplir con el arquetipo de persona estúpida y egoísta, más preocupada de sus vicios y su imagen corporal que de la supervivencia del planeta. Lo bueno de que haya sido así: Meryl Streep.
Como escribía en un tuit, todo en esta película se resume una vez más en el dictum de Fredric Jameson: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Cualquiera de los elementos de la composición del filme está orientado a trasladarnos ese mensaje, así que solo voy a destacar el que me pareció más divertido. La parodia del multimillonario que ha descubierto que el meteorito está formado por minerales escasos en el planeta tierra y que pueden ser empleados para la fabricación de móviles y otros gadgets. Esto se convierte en una oportunidad que no puede ser desaprovechada, así que deciden dar marcha atrás, literalmente, a la misión de desviar su trayectoria y, en su lugar, hacerlo añícos con explosiones controladas para recoger los pedazos y poder así extraer los recursos del meteorito. El obstáculo de esta empresa está en cómo comunicar a la ciudadanía que has decidido no desviar su trayectoria porque el tercer hombre más rico de la tierra te ha convencido de que no lo hagas. Es entonces cuando deciden utilizar una de las consignas más recurrentes de las últimas décadas para justificar cualquier acto de barbarie perpetrado por el neoliberalismo: el meteorito creará empleo; a quien se le ocurriera este eslogan, por favor, que le den el Óscar. Además, una amenaza más que evidente para la supervivencia del planeta, de un momento a otro se ha convertido en una promesa de felicidad, de paz mundial y abundancia, no solo ofrecerá puestos de trabajo, también traerá consigo la justicia social, la paz mundial y el fin de la pobreza.
Si Marx señaló que la contradicción primaria del sistema capitalista era la oposición capital/trabajo, la aceleración de las tendencias extractivas del capital en el último siglo han provocado que la disyuntiva fundamental ahora sea entre continuar con la acumulación de riqueza u optar por la supervivencia de la vida del planeta. La única alternativa para salvar los recursos y salvarnos a nosotras y las generaciones que vendrán es superar el capitaloceno, no hay más. La película, como síntoma de los bloqueos de la imaginación del realismo capitalista, es incapaz de imaginar un horizonte de futuro diferente a la catástrofe. Además, nos transmite una enseñanza que deberían de tomar en serio lo más dogmáticos marxistas: el capital solo caerá por sus propias contradicciones si eso significa acabar con la vida del planeta en su totalidad. El capitalismo no está preñado de socialismo, de un mundo nuevo, sino de exterminio. La próxima fase de la historia es la aniquilación de la vida en su conjunto. Una de las virtudes del filme es que logra que sea divertido un mensaje que debería aterrorizarnos y hacernos gritar como a Jennifer Lawrence. El fin del mundo es más ameno si Jonah Hill interpreta el papel de niñato estúpido e insolente, del hijo malcriado, bocazas y adicto a la cocaína de la presidenta de los EEUU.
Un detalle de la película que me pareció especialmente inteligente se da en el momento del encuentro entre Kate Dibiasky, Jennifer Lawrence, y Yule, Timothée Chalamet. Desde la irrupción de Trump en la escena política internacional y la aparición del integrismo trumpiano, como los zumbados de Qanon, se ha rodeado a todos estos personajes y sus asesores de un aura mística de genialidad, como si fueran verdaderos genios del mal que operan en la sombra y para los que las contingencias no tienen lugar porque lo tienen todo atado y bien atado. Los colegas de Yule, unos skaters malotes y escépticos, están hablando de la trama conspiranoica que habrá detrás de todo el cuento del meteorito. Es entonces cuando Dibiasky, que ha conocido el funcionamiento del gobierno desde las entrañas, dice algo así: no os vengáis arriba, son demasiado estúpidos como para ser tan malvados. No se me ocurre una manera mejor de expresarlo. Detrás de Trump no había grande gurús que lo dirigían todo desde las cloacas, sino una serie de personajes excéntricos, avariciosos y, sorpresa, imbéciles. Ese era el caso del propio Trump o alguno de sus consejeros de confianza como Roger Stone. Pero no es necesario buscar ejemplos a miles de kilómetros de nuestro país. Hemos visto recientemente lo que ha pasado con Iván Redondo después de haber sido despedido del gabinete de la presidencia y su paso por Salvados. Ese brillante operador y estratega que actuaba como la mano derecha del presidente del gobierno, ha resultado ser un idiota con ínfulas que lleva siempre dos piezas de ajedrez en el bolsillo por lo que pueda pasar.
No me entretengo más. La película daría para un artículo de miles de palabras, pero mi intención era desahogarme y destacar los elementos que me han parecido más divertidos e inteligentes, no hacer un análisis minucioso y de conjunto. Se me quedan muchas cosas en el tintero, como el papel de la prensa, las redes sociales o los influencers en la progresiva destrucción del planeta. Solo quería añadir una cosa más que me parece importante. Para hacer frente a los bloqueos de la imaginación del realismo capitalista, es necesario imaginar y demostrar que sí hay alternativa al neoliberalismo y que Thatcher (que, por cierto, sigue muerta) se equivocaba. No basta, como hace la película, con hacer la desesperación convincente, sino que necesitamos, ya lo advirtió Raymond Williams, hacer la esperanza posible.
M.